Al laucha le recuerda a una
bestia. Con el pelo bien tirado para atrás manchado de rubio con raíces negras.
Es muy flaca con caderas gruesas.
Entra dejando a propósito se
le caiga la campera de gamuza de los hombros. Sonríe, gruñe, lo mira fijo con
esas pupilas dilatadas que le hacen casi por completo los ojos negros; con la punta del taco largo agarra la campera
la deja en la puerta. Lo hace por costumbre de antes cuando desvestirse rápido
era parte esencial del negocio, pero ahora tiene tiempo, está a cargo
Corre las cortinas de
canutos de caña haciendo un ruido que le hace acordar a rulemanes. Las paredes
de adentro se descascaran, el lugar huele a cebollas podridas. Habla y le rompe
todo lo que él había planeado: -“¡Mierda que sos pelotudo laucha! Patinándote las 20 lucas verdes del ruso. ¿Te pensas que kostya
come vidrio? Te dije que si no venias con la biyuya, si no aparecías, esto iba
a terminar mal; me mando a que te rompa la jeta y de Patitas en la calle”- Dice, mientras corre la uña pintada de amarillo
por las grietas morenas del cuello y termina imitando un cuchillo.
El aspira sin ritmo, corto
y seco; maña de cuando está nervioso, así que tiene que improvisar algo,
cualquier cosa para ganar tiempo: -“Negrita por favor dejámela pasar. La semana
que viene pago, vos sabes que mi palabra vale. No soy como los otros”- Ruega
agarrado a una taza de café fría, como si pudiese cubrirse de ella, alejar a la
fiera que ahora mueve la cabeza lentamente aceptando, como en un trance.
Sabe que ganó poco tiempo. Intenta
ganar la puerta, tomarse el palo. Llega a ver la sombra en la cortina. Gira y
ahí está ella, los ojos apretados, la boca abierta mostrando los dientes y las
encías, la frente arrugada del espasmo de la risa… Primero un cuchillazo en la
espalda, luego dos más en el cuello, se agacha sobre él, mezclando la carcajada
con la aspiración seca. La hiena lo devora, lo sirve lento, carroñera le saca
20 mil pedazos, uno por cada verde.